lunes, 12 de diciembre de 2011

Regalo a Tramacastiel

REGALO A TRAMACASTIEL

Mi pueblo es pequeño
y está escondido aquí
en un barranco desde
el que se ve la vida diferente.
Pero yo le quiero.

Mi pueblo es bonito
y tiene un castillo
grande y viejo
que le da sombra y prestanza.
Pero yo le quiero.

Mi pueblo tiene un río
pequeño y humilde
que no tiene pantano
ni barcos
casi no tiene ni nombre.
Pero yo le quiero.

Mi pueblo es famoso.
Tiene una historia
amplia en el mundo.
Es villa desde hace mucho tiempo.
Pero yo le quiero.

Mi pueblo tiene unos picos
donde crian los milanos
y hay muchos jabalíes
con ciervos y algunas aves.
Pero yo le quiero.

Mi pueblo tiene una iglesia
con una torre cuadrada
que acaba con ocho puntas
y quiere llegar al cielo.
Pero yo le quiero

 Mi pueblo es el paraíso
para todas las personas
que de una u otra forma
se interesan en conocerlo.
Pero yo le quiero.
Autor: Manuel Soriano Soriano (mi padre).

Vicente Ruiz "El Soro"

Hace unas semanas se emitió en La Noria, una entrevista a Vicente Ruiz "El Soro". Torero que compartió faena con "El Yiyo" y Paquirri, el día de su fatídica muerte en Pozoblanco. "El Yiyo" también falleció en una faena algún tiempo después y sólo queda vivo "El Soro".
Un torero con tendencia a engordar y que tras numerosas operaciones en la rodilla y la maldición que pesa sobre él, va a adelgazar 15 kilos para volver al ruedo. Todo un esfuerzo de superación. Era un fenómeno poniendo las banderillas. 

lunes, 21 de noviembre de 2011

Elecciones democráticas: una celebración laica

Fernando Savater opina que los que no soslayan la política -ya sea por el simple hecho de ir a votar- son todos los que están. Gane quien gane, en unas elecciones ganamos todos ya que es la expresión de todos que se vierte en las instituciones que nos legislan, que nos gobiernan.
Las elecciones tienen un aspecto agonístico, deportivo y lúdico y eso, al margen de la opción política que se tenga -no hay más que ir a un bar prara verlo- la gente dialoga y bromea a propósito del plebíscito. Y enseñan y aprenden unas personas de otras. La democracia rompe el monólogo tedioso de la dictadura -de cualquier clase- para convertirlo todo en un juego de luces y sombras.
Quiero felicitar al ganador, Mariano Rajoy, asímismo al líder de la oposición, Alfredo Pérez Rubalcaba, como al resto de fuerzas políticas que han participado en tan transcendente juego.

domingo, 20 de noviembre de 2011

Resumiendo


Una canción que pongo aquí para animarme y para que quede en este blog otra vez, mi abuelo paterno que se llamaba Clemente luchó en la guerra civil española cavando trincheras.

Resumiendo

Resumiendo, que tengo un cajón de la firma Pandora,
treinta y siete chansons, c’est a dire, una y media por hora,
sin contar los sonetos, las coplas, los epistolarios,
los tinteros borrachos de tinta que ordeño a diario.

Nos tocaba crecer y crecimos, vaya si crecimos,
cada vez con más dudas, más viejos, más sabios, más primos,
pero todo se acaba, ya es hora de decirte ciao,
me ha citado la luna en Corrientes esquina Callao.

Resumiendo,
sabes dónde estoy,
resumiendo,
si me llamas voy,
resumiendo,
no me hagas hablar.

Resumiendo, esto no es un arreglo floral por tu santo,
solo sombras que en noches de insomnio me alfombran el canto,
sobre nuestras cabezas silbaban calumnias payolas,
mano a mano las fuimos driblando a puertita gayola.

Hace siglos que quiero enviarte palomas de humo,
antes de que carcoma el invierno la culpa que asumo,
ten a bien recibir de mi parte un abrazo de amigo,
cuando estalle la guerra estaré en la trinchera contigo.

Resumiendo,
sin voto y sin voz,
resumiendo,
que se pasa el arroz,
resumiendo,
dos bises y amén.

Resumiendo que tengo un cajón de la firma Pandora…

Resumiendo,
que te tengo ley,
resumiendo,
y nos dieron las seis,
resumiendo,
sin exagerar.

Una noche te vimos con Tola bajar la escalera,
yo rompía una copa y Javier destrozaba la hoguera.

Resumiendo,
Que me grita el escenario ven,
resumiendo,
pido un empujón, no te das cuen,
resumiendo,
que vomito con la televisión,
resumiendo,
me hace falta un polvo, un buen rock and roll,
resumiendo,
nos veremos cuando se ponga el sol…

Terelu en Interviú


En plena transición, Pepa Flores -más conocida como Marisol- hizo una polémica portada en Interviú que dio mucho que hablar aquella semana de septiembre de 1976. Prototipo de niña prodigio, su imagen estaba asociada al régimen franquista y con esa portada y su declarado apoyo al partido comunista escandalizó a la sociedad de la época.
Parecido ha sucedido con Terelu Campos, siempre mostrando una imagen seria de periodismo, parece que ha roto el molde con su desnudo en interviú. Yo no opino lo mismo, creo que ha sido un acto de extrema valentía que yo alabo y elogio. Sobre su cuerpo tengo que decir que tiene el estilo que a mí más me gusta pero dejemos al lado su cuerpo y ocupémonos del alma.
Según Terelu Campos ha explicado en "La Noria" -programa que me gusta mucho, de él y de Sálvame (que también me gusta, aunque soy incapaz de estar cuatro horas viéndolo) escribiré en otros posts, pues con este inauguro una nueva sección en mi blog de crónica rosa (pretendo ser un blogger todoterreno)- ha realizado el posado porque tenía ganas de probar la experiencia y porque dentro de unos años no lo podría hacer. Es una persona que no tiene ningún tipo de complejo, que le gusta su cuerpo y que se gusta a sí misma. Refleja una personalidad firme y segura. Y el desnudo es muy elegante, propio del personaje público que da a conocer en Sálvame, demostrando una gran inteligencia además de la que demuestra día a día en su programa.
Terelu representa a un tipo de mujer heroína (si lo pensamos bien, todas las mujeres lo son), creo que su novio tiene mucha suerte en tener una mujer tan torera.

domingo, 6 de noviembre de 2011

En reconocimiento a la labor de Zapatero


Creo que, pese a lo que opine la mayoría de ciudadanos, si se hiciera un balance de los ocho años de gobierno de José Luis Rodriguez Zapatero, no resultaría tan nefasto como cabría pensar. 

El gran error de Zapatero fue reconocer que no había crisis. A parte de eso, ha colaborado en la elaboración y la aprobación del nuevo estatuto de autonomía catalán que da savia nueva a las relaciones entre Catalunya y el resto de España, ha luchado por mejorar las políticas de igualdad entre hombres y mujeres y ha contribuido a dar más derechos al colectivo gys y lesbianas.

Zapatero no es el responsable de la crisis que se debe más a la coyuntura socioeconómica internacional que a los elementos estructurales del país. Gracias al gobierno, en gran parte, y a todos, en general, hemos logrado capear esta crisis como hemos podido.

El próximo gobierno, sea el partido que sea el que gane las próximas elecciones, deberá recoger ese testigo.

sábado, 5 de noviembre de 2011

Rafael de Paula, maestro del toreo gitano


La principal virtud de un torero, como la de todo ser humano, es ser buena persona. Rafael de Paula como Antoñete, como Juan José Padilla (salido recientemente del hospital debido a una cogida que le ha afectado principalmente a un ojo), como casi todo torero destaca por ella.

Rafael De Paula pertenece a una generación que comenzó a torear en los años sesenta, época dorada de la tauromaquia en las que toreaban toreros de gran cartel como Antonio Bienvenida y jóvenes figuras como “El Cordobés”, Curro Romero o Santiago Martínez “El Viti”. De Paula fue un maestro consumado del capote, está considerado como el que mejor lo manejaba de toda la historia y la muleta la utilizaba de un modo sobrio y elegante.

Se le podría comparar con José María Manzanares (hijo) por su condición de torero artista con gran regularidad. Respecto a su condición de gitano y torero, Rafael De Paula comenta lo siguiente:

”El gitano aporta cosas distintas a la fiesta del toreo. Un sabor especial digamos. Yo no he conocido ninguna figura dcel toreo gitano ue mandara en estos tiempos. Pero hubo uno aunque no fuera gitano del toro, Joselito, que fue el rey, o mejor dicho, el coloso del toreo y era gitano. Yo creo que no hubo sustituto”.

domingo, 23 de octubre de 2011

A la memoria del Maestro Chenel

Faena del maestro Antonio Chenel con el mítico toro blanco Atrevido, manejando la muleta como un píncel. Gran crítico taurino y, lo más importante, muy buena persona.

sábado, 22 de octubre de 2011

Un artículo de Javier Marías (es que yo soy Madridista).

Corazones tan blancos
El País, 1994 [Recogido en el libro Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol Aguilar, 2000]
Nuestro corazón tan blanco ha conocido cosas peores en estos últimos años y aun así ha sobrevivido. Acostumbrados a ganar, hemos descubierto que perder no nos mataba, lo que tiene su misterio. Nunca pudimos suponer que entregaríamos en el partido final dos Ligas seguidas a nuestros rivales. Y en Tenerife. Tampoco que volveríamos a encajar un 5-0. Y sin Cruyff en el terreno de juego (estaba en la banda, dirigiendo). O que el destinado a ser nuevo Di Stéfano resultaría un chupón inseguro, un correcaminos croata, horizontal y frágil. Más grave que todo esto fue escuchar a un entrenador que tras perder campeonatos y eliminatorias decía con expresión pánfila: "Esto no tiene por qué afectarnos", mientras nuestro corazón se iba haciendo cada vez más negro y alguna zona se necrosaba: un hombre no ya sin sentido del espectáculo, sino sin algo mucho más importante en el fútbol: sentido del dramatismo. La primera lección de todo jugador y de todo entrenador debería ser esta: "En este juego, si no hay drama no hay nada". Si perder o ganar un partido no se vive como un asunto crucial y con argumento o historia, con desenlace o catástrofe, que afecta al pasado, al presente y al futuro, a la dignidad y a la decencia y por supuesto a la cara con que se levanta uno al día siguiente, entonces dejémoslo estar y miremos por televisión a los equipos de los otros con ecuanimidad y tibieza (pronto desertaríamos de programa tan insulso). El fútbol es el circo de nuestros días, pero también el teatro. Ha de ser emoción, temor y temblor, desolación o euforia. Nada de esto hemos tenido los madridistas en los últimos tiempos, ni siquiera desolación, porque según los responsables nada "tenía por qué afectarnos", qué herejía.
Ahora se añade una minúscula humillación: en las votaciones de los técnicos sobre el campeonato que acaba, el Madrid no figura en el palmarés de los mejores por ningún sitio. El Barcelona, a falta de sus encuentros decisivos que aún pueden dejarlo en subcampeón de todo, se lleva los elogios, quizá con merecimiento. Si Alfonso no se hubiera lesionado… No importan, no busquemos excusas: ¿acaso nuestros Zamorano y Dubovsky pueden competir hoy con Romario y Laudrup -será nuestro-, incluso con Latorre y Mijatovic? ¿El voluntarioso Hierro con el sagaz Guardiola o el voraz Guerrero? ¿El nada divino Morales con el titánico Sergi? Y qué decir de los entrenadores, ¿cómo puede compararse la sosería artera de Floro con la cándida vehemencia del deportivista Arsenio? El fútbol es una convención, como todo lo que se contempla. Pero además de riesgo y de cuanto ya he enumerado, esa convención exige ingenuidad, o lo que es lo mismo, creer que todo es posible, el desastre y la hazaña, el vuelco, la sorpresa infinita, y que el desastre es desastre y la hazaña hazaña cuando se dan, que el mundo se acaba en otro partido, aunque sepamos que hay otro al cabo de siete días. El Madrid hace tiempo que no es un equipo ingenuo, y por ello no merece ser destacado.
Pero nuestros corazones no serían tan blancos si no mantuviéramos un rasgo de chulería ("Madrid es saber meterse las manos en los bolsillos mejor que nadie", decía el colchonero García Hortelano parafraseando, creo, a Ramón Gómez de la Serna, buen gato). Y al fin y al cabo, ¿quiénes son esos técnicos para que su votación tenga importancia? Se trata de un grupo en el que todos menos cuatro o cinco fracasan al final de la temporada, todos menos el campeón de Liga, el de Copa, algún uefo inesperado y los dos que se salvan pese a tenerlo todo en contra. Así que vamos a ver, ¿quiénes son esa pandilla de fracasados para decirnos a nosotros nada? (No hace falta decir que en cuanto termine el artículo me meteré las manos en los bolsillos como bien sé hacerlo.)

Extraído de
http://www.javiermarias.es/PAGINASDEARTICULOS/pagdearticulospais.html

viernes, 21 de octubre de 2011

Amics per sempre

Dedicado a mis amigos

Elogio a la clase política

Felipe González suele decir que yo soy pesimista con la razón y optimista con la voluntad. Esta máxima es una inversión del consejo Kantiano la cuál yo comparto totalmente. Esta máxima es una inversión del consejo kantiano la cual yo comparto. Comparto el pesimismo de la razón porque es signo de lucidez y comprendo y comparto el optimismo de la voluntad, porque creo que la clase política, en general, ha actuado con muy buenas intenciones.

Yo valoro a los líderes políticos desde una perspectiva positiva, creo que hay que juzgarlos por sus frutos y sus frutos la mayoría de veces han sido excelentes. Adolfo Suárez inició la transición, Calvo-Sotelo nos integró en Occidente, Felipe culminó la transición y modernizó España, Aznar logró forjar una gran alianza con U.S.A e Inglaterra, países claves en Occidente junto a otras instituciones y Zapatero consiguió grandes logros en derechos sociales y ha colaborado junto a otras instituciones, (hay que nombrar especialmente a las fuerzas de seguridad del Estado y especialmente a la lehendakaritza) contando también, hay que reconocerlo, con la de la propia ETA en conseguir el fin de la violencia en Euskadi.

Este artículo está dedicado a toda la clase política, y en especial, a la del Estado Español.

La auténtica democracia de la escritura



 Hace más de un año en una tertulia literaria que organiza la biblioteca del Carmel, se comentaba la democracia de la escritura se había establecido en la actualidad. Yo creo que aunque se ha abierto mucho la escritura tradicional sigue siendo un poco oligárquico y meritocrático. Eso no significa que esté en contra del mundo de los libros, al contrario, allí se encuentra la excelencia de la escritura. Lo que digo es que para todo escritor nóvel es difícil comenzar publicando un libro.
Las redes sociales, en general, y los blogs en particular tienen la ventaja de que su edición y publicación es más económica (en cuanto a tiempo y dinero) y si se lleva con profesionalidad se puede llevar a gran número de lectres. También es un medio más libre de comunicación, casi todo blogger es un profesional.
Ahora lo que intento en mi blog es que los posts sean breves y el lenguaje utilizado sea claro y conciso. Creo que así llegará a gran número de lectores y no mermará para nada la calidad del trabajo realizado. Me gustaría, algún día, lograr vivir de lo que escribo. Tampoco tengo prisa.

lunes, 17 de octubre de 2011

Movimiento 15-M

Agapito Maestre en un artículo de Libertad Digital de ayer, titulado “El complejo Timótico” contaba que los indignados se veían afectados por el Timos traduciéndolo a cólera. Que el objetivo era reventar las instituciones y seleccionar a los dirigentes políticos y los partidos.

Últimamente no he seguido este tema y me he perdido todo eso. Creo que puedo decir que en las asambleas del Carmelo-Plaza Pastrana el objetivo no era ese. Una de las cosas que dice dicho artículo es que carecen de proyecto y yo creo que esa es una de las claves para que el movimiento funcione. Los indignados deben elaborar un proyecto definido para poder tener fuerza social y política.

Si el objetivo es fundar un partido político cuanto más definido esté el proyecto y tenga una base teórico-ideológica sólida, más fuerza tendrá pero perderá heterogeneidad (ese es el precio a pagar cuando se quiere influir políticamente cuando se asume una concepción ideológica determinada).

Jordi Mollà en un artículo de El Periódico de Catalunya apostaba que los indignados adoptase el papel de una minoría activa. Porque es cierto que la gente se sigue sintiendo representada por los partidos políticos y en las elecciones del 22-M la mayoría de gente acudió a votar, entre ellos, yo mismo. Si el movimiento quiere triunfar otro punto clave es que respete y voy más lejos, se integre en las instituciones. Yo estoy a favor de que se forme en movimiento social. Los indignados así perderían poder de acción pero al convertirse en un grupo más heterogéneo ganaría en ideas y siempre conservaría cierta influencia política y social. Mi opinión va por este camino.

EL COMPLEJO TIMÓTICO

Agapito Maestre

Las manifestaciones de los indignados nada tienen que ver ya con el espíritu democrático que, quizá alguna vez, inspiraron sus primeras expresiones. La indignación colectiva por un motivo abstracto, como sería la existencia del mal en el mundo, no es indignación. Es una enfermedad social que padecen muchos individuos. Se llama complejo timótico –del dios griego de la ira: Thymos–, o sea, la cólera surgida de un mal abstracto que es promocionado por totalitarios, encuadrados en turbas urbanas, cuyo único objetivo es la agitación y la movilización general de la sociedad. Los dirigentes de los indignados sólo aspiran reventar la democracia. Por eso, como en el caso español, esas gentes aparecen especialmente en procesos electorales, tiempo clave para que la ciudadanía ejerza el sufragio de acuerdo con las dos condiciones fundamentales de las sociedades democráticas, a saber, poder seleccionar a nuestros representantes políticos sin presiones personales y sin movilizaciones sociales.
Libertad individual y tranquilidad social son, exactamente, los dos presupuestos democráticos que tratan de destruir los indignados. ¿Cómo llamar a esta gente? ¿Cómo dirigirnos a quienes destruyen los procedimientos democráticos, especialmente, cuando más necesarios son para tomar las grandes decisiones políticas? Estamos ante revolucionarios. Sí, sí gentes radicalmente contrarias a los seres que creen en la democracia. La cuestión es sencilla de comprender: revolucionarios frente a demócratas, gentes que desprecian la política frente a personas que creen en las instituciones, violentos que imponen por la fuerza su convicción frente a pacíficos que discuten sus opiniones con sus conciudadanos.
Indignados y demócratas son términos antitéticos. Eso es todo: el demócrata es pacífico y, por eso, cuando se manifiesta en la calle por un motivo concreto y singular, no sólo pide permiso a la autoridad correspondiente, sino que también somete sus demandas a la crítica pública. El indignado timótico, por el contrario, no sólo no pide permiso, sino que se cree "legitimado" por este "complejo moral y cuasi religioso" para imponer la cólera al resto de la sociedad. Su grito es terrible: ¡Reventemos la calle! En otras palabras, el complejo timótico vertebra en la actualidad las ansias de imponer una "justicia universal", o lo que sea, pues ni ellos mismos lo saben, a través de la violencia. El indignado, y en esto coincide con el terrorista, sólo pretende la movilización general, la toma del poder y, luego, ya veremos lo que hacemos.
Es menester, pues, levantar acta de estas obviedades para descalificar la posibilidad de contemplar esta movida de los indignados como algo remotamente vinculado a la democracia occidental. Falso. Este personal sólo utiliza la democracia para asesinarla. En el mejor de los casos, la "legitimación" de estos indignados es de carácter religioso o moral, una especie de odio universal a la injusticia terrena, pero que nada tiene que ver con la política y la democracia, porque no someten su opinión a la crítica de los demás y, además, tratan de imponerla violentamente. La democracia es la resolución pacífica de conflictos, mientras que los indignados nos imponen su falsa cólera, o sea, quieren infectarnos con su enfermedad.
¿Será esta movida de los indignados, junto con el aquelarre montado por los terroristas de Eta en San Sebastián, los dos últimos "argumentos" de Rubalcaba para ganarle a Rajoy el 20-N?

domingo, 16 de octubre de 2011

En apoyo a la muleta de Antonio Barrera


A últimos de Agosto, Antonio Barrera realizó una faena en la monumental utilizando una muleta con la bandera de la Senyera. Creo que fue una acción muy inteligente para defender el toreo en Catalunya, no sólo como signo de españolidad sino también de la propia Catalunya. En Catalunya hay muchas personas de orígenes catalanes que les gustan los toros y no caen en un nacionalismo primario y fundamentalista de identificar toros con una España casposa que no existe (y quizá nunca existió).

Ignacio Sánchez Mejías, torero inmortalizado por Lorca en “Llanto por la muerte de Sánchez Mejías” fue republicano y anticlerical, el prototipo de republicano de aquella época. También fue escritor de obras de teatro.
También parte de responsabilidad de esta situación ha sido el considerarlo como fiesta nacional.

Yo considero al toreo como una fiesta internacional ya que aunque de origen español se ha transmitido a otros países como Francia y continentes como Sudamérica. Manuel Benítez “El Cordobés” toreó junto a Palomo Linares más allá del muro de Berlín, creo que la fiesta habría que promocionarla no sólo aquí sino también en el extranjero.

¿Héroes?: unos más que otros...

Hay una controversia en el toreo entre toreros de valor y toreros artistas, en Tendido Cero recogieron el guante (me parece que fue posterior a este artículo) sobre esta cuestión al reconocer a Espartaco como torero de valor y artista. A mí me gustan los dos tipos de toreo, aunque he de reconocer que a mí me gusta más el toreo de artista, aquí dejo este artículo de Antonio Lorca (crítico taurino al que sigo) y lamentando la cogida de Juan José Padilla y añado también a la del diestro José Ortega Cano: 


La mejor noticia es que el diestro Juan José Padilla está vivo. Se lo llevaron en volandas, casi sin vida, al hospital tras su tremenda cogida en la Feria del Pilar y, más pronto que tarde, seguro que volverá a hombros, victorioso, otra vez, frente a la durísima adversidad de su arriesgada profesión. Es el sino irremediable de los héroes del toreo. Y Padilla es uno de ellos.
Padilla es de esos toreros que cada tarde sortean los hierros más duros grandes y peligrosos
Todos los toreros lo son, porque todos ellos se juegan la vida frente a un animal salvaje que, en cualquier momento, puede hacer añicos la ilusión tantas veces soñada de alcanzar o mantener el reconocimiento como figura del toreo.
Pero unos lo son más que otros, también es verdad. Porque no todos los que se visten de luces les rozan las barbas al mismo tipo de toro. Y Juan José Padilla es integrante principal de ese reducido grupo de avezados toreros que debe sortear cada tarde los hierros más duros, los toros más bastos, los más grandes y peligrosos.
Quizá, porque Padilla es un torero fuera de tiempo, fuera de su tiempo; un lidiador de antaño, un torero de ribetes antiguos. Él mismo promueve esa imagen con sus patillas largas y anchas y el diseño singular de sus trajes de luces. Pero está fuera del tiempo, sobre todo, porque la tauromaquia de hoy solo admite y venera al torero de pellizco y sentimiento, al artista creador de filigranas. Y Padilla no lo es. Él es un torero valiente; un luchador indómito, un lidiador con todas las de la ley, un matador que ha tenido la gallardía de abrirse camino en un mundo que no parece hecho a su semejanza. Hoy, los héroes de antaño han dejado paso a los artistas. Desde que Juan Belmonte revolucionó la esencia de la fiesta ni el toro, ni el público ni el torero son ya lo mismo. El primero ha dulcificado su comportamiento, ha ganado en volumen, pero ha perdido movilidad, fiereza y carácter; el torero ya no es un aguerrido luchador contra una fiera, y el público es más sensible, y prefiere arte con becerros que hazañas con toros.
Es la fiesta misma la que se ha modificado por completo, de modo que la lucha -que no es otra cosa que la lidia- entre un hombre y un toro ha dado paso a la sensibilidad artística.
Quizá, por eso, la afición no valora de igual manera al lidiador y al artista. La figura de hoy es un torero elegante, fino, creativo y, muchas veces, algo parecido a un enfermero ante un animal escaso de fortaleza, bonancible y colaborador. Al torero de hoy se le exige un alma embrujada para interpretar con fidelidad la armonía ante una embestida pastueña.
Y quedan los lidiadores, -y Padilla lo es en grado sumo-, que deben buscar la gloria ante legendarias ganaderías, duras, correosas, denostadas por todas las figuras y poco valoradas por el público, ante las que el riesgo, siempre presente en el ruedo, se agiganta.
Sin ser un artista, sin que sus muñecas estén bañadas por la gracia, Juan José Padilla se ha ganado el respeto y la admiración de todos por su entrega, su corazón, su capacidad de lucha y su fuerza para seguir adelante a pesar de tantas tardes imposibles.
El pasado viernes, el infortunio se cruzó en la vida de este torero, y a punto ha estado de perder para siempre su sonrisa. Pero esa horripilante, pavorosa y espantosa cogida no podrá con la fortaleza de este extraordinario lidiador, de este heroico torero que, como todos, está fabricado de otra pasta, capaz de sobreponerse a las más duras desventuras de la vida.
Ojalá vuelva pronto a los ruedos Juan José Padilla. Ojalá esa tarde zaragozana no sea más que una cicatriz en la castigada piel de este bravo torero. Ojalá la imagen escalofriante del diestro herido sirva para renovar el reconocimiento a los héroes que, como Padilla se juegan la vida. Aunque no sean artistas.

Extraído de diario El País, autor: Antonio Lorca

lunes, 3 de octubre de 2011

Una canción que me ha gustado: Nadie es mejor que nadie

O como acabar con la competitividad, sinceramente me ha gustado y me viene  bastante bien (nos viene bastante bien a todos) en algunos aspectos:

Sonríes pero hay algo en tu interior
Que no te deja vivir.
Tal vez sea tu forma de entender,
Nadie es mejor que nadie.

Te equivocas cuando me miras así
Yo no soy el que tu piensas.
Si confundes el creerte algo más,
Déjalo, te queda camino.

La culpa no es de nadie, créeme
El silencio te agoniza
No puedes ocultar la realidad
Si te crees el Dios de alguien.

Te equivocas cuando me miras así,
Yo no soy el que tu piensas.
Si confundes el creerte algo más,
Déjalo, te queda camino.

Sentirás que la envidia te puede matar
Y la soledad te embriagara para siempre.
Sentirás el dolor de creerte alguien mejor
Y tus cenizas quedaran inertes.

Te equivocas cuando me miras así,
Yo no soy el que tu piensas.
Si confundes el creerte algo más
Déjalo, te queda camino.

Extraído de Lyricsmania

viernes, 19 de agosto de 2011

Mis maestros

Cristian Meier en su blog publicó una vez explicando quienes eran sus maestros, los de los libros y los de la vida. En mi caso, los de los libros, son Arturo Pérez-Reverte, Fernando Savater y Joaquín Sabina. En literatura, filosofía, poesía y música respectivamente. Ellos fueron los que me introdujeron en el mundo de la cultura y les sigo siendo fiel. Estos tres maestros tienen mala fama entre algunos de los sectores de la cultura que podemos llamar seria (normalmente formada por pedantes) y he de confesar que yo mismo critiqué a Don Arturo por pura estupidez. De Arturo Pérez-Reverte he leido "La tabla de Flandes", "La carta esférica" y "Terrtorio Comanche". El que más me ha gustado ha sido este último. También me gustan mucho sus artículos.
En un programa de radio de la Cadena Ser llamado Punt de Llibre uno de los contertulios le criticó por su pose de "hombre duro a vuelta de todo"  y que Manu Leguineche, no la tenía "pese a haber estado en Vietnam que no son precisamente los balcanes". A ese señor me gustaría decirle una frase que me gusta mucho "que para estar de vuelta hace falta haber ido" y Reverte ha estado yendo durante treinta años. No sé si las guerras son comparables a nível de lo que ve uno individualmente, no he estado en ninguna, pero supongo que es lo suficientemente doloroso para deber un respeto a los que la han vivido.
Sobre Fernando Savater, "filósofo de lo obvio" y "maestro para niños e ignorantes", he de decir que su obra tiene más calidad de lo que muchos piensan. Será porque no lo han leído. Hay algunos que han llegado a calificar lo que él hacía y otros divulgadores de la filosofía no ya como filosofía barata sino como filosofía basura. A esos genios de la filosofía habría que recordarles que sin divulgadores no habrían estudiantes universitarios y que atentan contra la leche que han mamado. Mi opinión es que lo mejor de Savater se encuentra en tres libros de los años ochenta: "Invitación a la ética"; "Ética como amor propio" y sobre todo, "La tarea del héroe". Allí se aunan el Savater investigador y el divulgador.
De Joaquín Saina he de decir que el primer disco que me compré, con 19 o 20 años, fue "Esta boca es mía" y el disco que verdaderamente me hechizó fue el directo "Nos sobran los motivos". Sabina tiene dos épocas, en lenguaje pictórico, la premarichalazo y la postmarichalazo. Antes consideraba mejor la primera pero ahora creo que estaba equivocado. La fase actual de Don Joaquín es más poética, permite más lecturas, es como la del Bob Dylan de después del accidente, tridimensional.  Sobre sus poesías decir que me gustan más las de Interviú -ahora me parece que ahora escribe en Público, tengo que seguirle- que sus sonetos, aunque éstos no me parezcan malos.
 Maestros de vida he tenido muchos pero el principal ha sido mi padre. No tendrá una formación muy ortodoxa pero desde luego no es un analfabeto funcional, como la mayoría de los licenciados que salen de las universidades. Se dice que la familia te viene impuesta pero los amigos se escogen. Ante esto tengo que decir que en los momentos más duros de mi vida ha sido mi familia la que me ha ayudado y ninguno de mis amigos ha hecho una llamada de teléfono (esto no es del todo cierto pero dejémoslo así).
Este post es el homenaje que puedo hacerle a todos estos maestros además de crear cultura, en la medida de sus posibilidades, a partir de sus creaciones.

jueves, 11 de agosto de 2011

¿No cesará este rayo que me habita...


¿No cesará este rayo que me habita
el corazón de exasperadas fieras
y de figuras coléricas y herreras
donde el metal más fresco se marchita?

¿No cesará está terca estalactita
de cultivar sus duras caballeras
como espadas y rígidas hogueras
hacia mi corazón que muge y grite?

Este rayo ni cesa ni se agota
de mí mismo tomé su procedencia
y ejércita en mí mismo sus furores.

Esta obstinada piedra de mí brota
y sobre mí dirige la insistencia
sus lluviosos rayos destructores.

Vomito


Siguiendo las lecciones de moralidad de Cristian Gálvez he de realizar una rectificación más. Sobre la canción "Vomito" de El Reno Renardo tengo que decir que al mismo momento de escribir "estoy bastante de acuerdo" no las tenía todas consigo. Ni vomito con el Papa (He leído dos libros suyos "Dios y el mundo" e "Introducción al cristianismo" que me han gustado mucho), ni con Aznar -simplemente no estoy de acuerdo con parte de su ideología, hay una frase en su libro "Ocho años de gobierno" que le vengo dando vueltas: la libertad está en el trabajo -ni vomito con Melendi, ni con Ana Obregón.
Sí estoy de acuerdo con el tono de la canción. Pues yo como el escudero de El séptimo sello moriré protestando.
También debo pedirle disculpas a Karmele Marchante -hice una broma respecto a su físico y como dice Sabina, eso es infame, además de que yo tampoco estoy como para tirar cohetes- y así mismo al ex-jugador del Real Madrid, Raúl y a Jesulín. Respecto a este último tengo que reconocer que todo torero tiene valor al enfrentarse a un toro y que siempre se le debe reconocimiento por enfrentarse a la muerte.
Ya está todo dicho. De lo demás no cambio nada. Sí estoy de acuerdo con la canción contra la SGAE, de momento. También con el calificativo que apliqué a la dirección del reality Supervivientes, que debo reconocer que aunque lo he visto poco me ha parecido su mejor edición, si acaso estoy dispuesto a eliminar el adverbio. Por lo demás pienso seguir en la misma línea.



Que nadie sea malpensado, el primer videoclip de este post no va dedicado a nadie. Simplemente me gusta.

jueves, 28 de julio de 2011

La política

Nunca he tenido barba. Ni siquiera en la foto
que contemplas ahora divertida,
el muchacho de ojos
llenos de impertinencia y contrariados,
con el jersey de cuello vuelto,
el pelo largo
y un cigarro dudoso, tal vez de marihuana.

Recién matriculados en la universidad,
todos éramos humo.
El humo de las aulas clandestinas,
el humo de los libros prestigiosos,
el humo de la noche y las hogueras
donde fuimos quemando
el misal, los temores,
costumbres todavía de posguerra,
inviernos y políticos
que a través de los años habían fermentado
su falta de color
en los televisores.

Era todo humo
y crecía la barba igual que el optimismo.
Cuando el jardín se pudre
y un veneno más sucio que noviembre
inyecta su amarillo
en el silencio de la realidad,
las ciudades se duermen pensando en el futuro.
Así surgen extraños paraísos.

Como si fuera hoy,
como si todavía discutiésemos todos
al otro lado de la puerta,
recuerdo aquellos turnos de palabra,
la voz imperativa y la revolución,
un horizonte de palmeras,
en un cartel de Juan
pegado por la calle.
Ingenuidad, sin duda,
el humo de los seres impacientes,
pero también recuerdos de la piel,
la vida en marcha,
los besos desgarrados de la calle del Ángel
en un tiempo de grandes decisiones.
No quisimos cortar la juventud
para ponerla 
como una flor
en un jarrón decente.
A veces es posible estar de acuerdo
con el mar y los bosques.

Nunca he tenido barba.
Tampoco he recibido la la luz del paraíso,
pero vengo de allí, como tú vienes,
más por desprecio que por fe,
cansado del poder que nos humilla
y de los poderosos que sonríen,
del cuchillo simpático
y del amor en los desvanes,
de las lecciones sórdidas del miedo,
del fijador en las cabezas,
de la mirada fría
y de la soledad en las ciudades
que se duermen de gris y de ceniza
en busca de un extraño paraíso.

La misma historia
que besó las banderas para después llevárselaas,
me ha traído tu cuerpo.

Más por desprecio que por fe,
sigo en la puerta de la calle
sin que ahora me afecte
el vacío que dejan las banderas,
vivir en la completa incertidumbre.
A través de la historia de la gente,
de la barra de un bar
o las pantallas de los televisores,
bajo contigo al mundo.
Ninguno de los dos nos empeñamos
en llevar la contraria,
pero el realismo de los soñadores
nos condenó a dudar
de la gente de orden,
del corazón hambriento de los sentimentales,
de los explotadores en color
y de la inteligencia de los cínicos.

A veces es posible estar de acuerdo
con los claros del bosque,
sobre todo en los ojos de un muchacho
vivo de imperinencia,
con el jersey de cuello vuelto
el pelo largo
y un futuro dudoso
en sus fotografías. 

Autor: Luis García Montero

miércoles, 27 de julio de 2011

El torero como héroe


También el toreo tiene, si no su leyenda, al menos su filosofía negra, creada por sus entusiastas y que ha contribuido a equivocar su sentido. Me refiero al énfasis excesivo puesto en su relación con la muerte. Algunos cuadros de Romero de Torres captan con certeza plástica esta obsesión necrofílica, que avecina minuciosamente cada gesto del ritual taurino con la muerte que ha de coronarlo y que en cada momento puede interrumpirlo. En cierta forma, el auténtico himno de la corrida no es el pasodoble, como debe, sino "El relicario": la sangre en la arena, las lágrimas de la hermosa mantilla, la juventud bárbaramente truncada... Por cierto que esto viene de una lógica de la contradicción que precisamente sabe por antífrasis que la verdad del toreo es la opuesta, es decir, no la muerte sino la vida, no el velo crepuscular y lúgubre de Romero de Torres sino el resplandeciente triunfo solar. Lo sabe, pero remacha excesivamente la contrapartida, aquello cuyo sordo temor sirve de necesario telón de fondo a lo espléndido; algo así como ese manido y ya despreciable mito del payaso triste, alentado por I Pagliacci de Leoncavallo y por Candilejas de Charles Chaplin: obsesionado por la imagen -sin duda en buena medida verdadera- de que la risa se conquista en pugna con lo que la desmiente, el acomplejado pierde de vista finalmente que la íntima verdad de la risa es precisamente la alegría y que ésta no puede ser en último término sino gratuita... Es decir, si se admite en un primer momento que la alegría es tristeza superada, termina por acatarse que lo primigenio es la tristeza y que la alegría no tiene otro objetivo que el de reaccionar contra ella y tratar de mitigarla: lo cual es tan falso como todo lo que concede prioridad indiscutible a la desdicha, reverenciándola ya de entrada como algo natural. Del mismo modo, el hincapié lacrimoso o de exaltación falsamente trágica de la muerte, el pretigio dramático de la cornada, incluso la prioridad concedida a la agonía del toro como lo más "serio", todo ello patentiza que se tiende a dar más importancia a la muerte que a la vida: en último término, que no se cree en la posibilidad de ninguna auténtica victoria sobre la muerte. Quien, en la última suerte de la lidia, tras la estocada, cuando el matador se alza inmóvil con la muleta recogida bajo un brazo y el otro en lo alto, sólo tiene ojos para el toro que se tambalea ante él fatalmente tocado, quizá cree buscar lo más hondo de lo que ve y sin embargo se lo pierde: porque si bien es cierto que el gesto del torero sería chabacano si no se irguiese ante la fiera agonizante, la verdad del momento no está en esa agonía -que aquí en principio es lo aparatosamente superficial-, sino en el brazo que sube victorioso hacia el cielo.
 La ramplonería jubilosa de los pasodobles es cien veces menos ramplona que la majestuosa marcha fúnebre, no digamos ya que el cuplé sentimentaloide. Porque precisamente lo que allí se canta dice así: ¡la muerte parecía necesaria pero no lo era!  El toreo es el arte de evitar lo inevitable, de desfondar con un garboso remedio lo irremediable: la muerte queda presente en el ruedo pero ha resbalado del campo de lo necesario al de lo posible, ha perdido sombras: finalmente, el arte es más fuerte e incluso la presencia de la muerte, olvidada, se hace irreal. Sí, en el toreo está presente la muerte, pero como aliada, como cómplice de la vida: la muerte hace de comparsa para que la vida se afirme. En último término, la muerte no era tan importante como su propia propaganda nos hacía creer... Esto es lo que canta el pasodoble y es justo que resuene en la plaza para acompañar la buena faena. La mirada melodramática siempre se equivoca cuando busca la posición del verdadero riesgo: parece suponer que la autenticidad del toreo es el momento terrible de la cogida, cuando el toro impone la ciega ley de su fuerza, siendo así que esto es precisamente lo obvio, lo que cabría esperar desde un principio: el verdadero prodigio reside en la improbable derrota de la muerte, que el arte presenta como milagrosamente fácil. Este punto de la facilidad es importante si se quiere alcanzar una victoria no sólo sobre la muerte, sino ante todo sobre su prestigio. Es inseparable del buen toreo la soltura y no sencillamente por convención estética: debe tener el toreo lo suficiente de arduo como para que no quepa duda de la presencia de la muerte, pero también la soltura indispensable como para que no quepa duda de que la vida es lo realmente fuerte
 La antropología y la historia de las religiones sitúan los juegos táuricos entre los más destacados rituales de fertilidad de los pueblos mediterráneos: el malogrado Ángel Álvarez de Miranda estudió en detalle los avatares de ese toro nupcial al que el recién casado debía tocar con su capa para hacerse partícipe de su espléndida fuerza viril. El toro, que entonces probablemente ni siquiera era muerto en el transcurso del festejo, lejos de simbolizar la muerte y la ciega violencia destructiva de la naturaleza representaba la plenitud vital, expresada en el más alto poder genésico. El toro acudía al festejo no para quitar la vida al hombre, sino para darle más vida. Obviamente, el aumento de potencia exigía también un abrirse al peligro, a la muerte incluso, del iniciado; en la economía pasional de las épocas preestatales, el fuerte debe probar que lo es para que su fuerza aumente, mientras que el débil perderá incluso la poca fuerza que tiene. Como bien señaló Nietzsche, la voluntad de poder no es una voluntad que anhela conseguir el poder desde la impotencia, sino un poder que, a través de la voluntad, quiere expresarse y aumentar. Me parece preferible, ya desde ahora, hablar de aumento de poder sin relacionar este aumento directamente con la sexualidad o la fertilidad; en efecto, pese a que Freud nos acostumbró a considerar todo poder como sexualidad emboscada o sublimada, pienso que es más cierto aproximadamente lo inverso, tal como supusieron Jung, Adler o Rank: a saber, que la propia sexualidad es símbolo privilegiado de una fuerza que aspira a crecer creadoramente por encima de todo lo demás e incluso de sí misma, sin otro límite que el mítico de la plenitud y la inmortalidad. Lo importante, a mi juicio, es subrayar esto: que el toro no es sencillamente la negra muertecon la que el torero, con fascinación ambigua, se enlaza en juego fatal, sino la arriesgada fuente de la vida, el poder y la eterna juventud, en la que sólo el más audaz sabe inclinarse para beber. El toro sube de la noche telúrica para traer energía, no destrucción; para renovar y hacer crecer la fuerza, no para dilapidarla en sangre: y para que esto sea eficazmente así y sólo por eso, trae también la posibilidad aciaga de la destrucción. Sólo la fúnebre acentuación de la pesadilla romántica ha terminado por convertir al toro en encarnación viviente de la aniquilación, de la nada, en portavoz brutal de las postrimerías. Ahora, cuando el torero triunfa, parece que no ha hecho sino aplazar su encuentro con la muerte, salir por una vez bien librado de lo que pudo acabar con él: su victoria es vista desde lo puramente negativo, como la simple evitación de un mal, en lugar de considerarla ante todo positivamente, como aumento del dominio y regeneración creadora de fuerzas. Según Mircea Eliade, entre los acadios, primitivos instauradores de cultos táuricos, <<quebrantar el poder>> se decía: romper el cuerno. El torero rompe el cuerno del toro y así afirma e incrementa su propio poder; no arriesga su vida para burlar momentáneamente a la muerte, sino para probar que la necesidad de la muerte no es nada frente a la decisión creadora de la vida.
 Si no supiese que es inmortal y si no temiese no serlo, el hombre sería incapaz de jugar. El juego -es decir, el trato activo con lo no utilitario, con lo sagrado- es una forma de asumir la propia inmortalidad contra el temor aniquilador a la muerte y todo lo sobre él edificado. En este sentido, es imprescindible a la vida precisamente porque no trata sólo de conservarla y reproducirla, sino ante todo -incluso arriesgándola- pretende intensificarla, diversificarla y ascenderla. Esto lo vio muy bien uno de los primeros tratadistas taurinos, el varilarguero José Daza, natural de Manzanilla (Huelva), a quien se debe la irrefutable aseveración de que el Paraíso terrenal estuvo situado en Andalucía y la no menos enérgica de que Adán inventó el toreo tratando de uncir el yugo al toro sublevado tras la caída original. Pues bien, José Daza define el toreo diciendo que <<es un arte valeroso y robusto, engendrado y distribuido por el entendimiento, la más noble de las tres potencias del alma. Es un arte forzoso y necesario para la conservación de la vida humana>>. A primera vista, no parece evidente que el toreo sea ni forzoso ni necesario para la conservación de la vida, pero a la luz de lo hasta ahora dicho creo que el viejo picador tiene toda la razón que merecen sus hermosas palabras. El toreo es imprescindible a la vida no porque la conserva -bastaría con no ponerse nunca ante un toro para prescindir sin riesgo de toda tauromaquia- sino porque la confirma y aumenta; en él crece la fuerza, que no sabe de equilibrios y en cuanto se estabiliza, retrocede. Es un arte <<valeroso y robusto>>, no una melancólica sangría en la que se martiriza a un animal y quizá se sacrifica a un hombre para propiciar la excitación mórbosa de una multitud de sádicos.
 La imagen popular del torero goyesco era la del gran dilapidador de fuerza y vida, como corresponde a quien la acrecienta día a día por su contacto íntimo con el toro engendrador. Se le tenía por el más borracho, el más mujeriego, derrochador sin cálculo de lo ganado en orgiásticos convites a una innumerable caterva de amigos y seguidores; no vaya a pensarse, con resentimiento moderno, que ésta es la estampa del desesperado que se aturde entre dos exhibiciones peligrosas, pues muy por el contrario responde a la función social de héroe popular que el torero debe cumplir en la plaza y fuera de ella. El torero distribuía así entre el pueblo la vida regenerada que acababa de conquistar en el ruedo: la gente se acercaba a él, bebía y juergueaba con él y a sus expensas para recibir de ese modo la investidura vital que el héroe prodiga. Se tiende hoy a imaginar al héroe popular como un astuto embaucador o como el depositario de la frustración colectiva: la gente se acercaba a él, se frotaba con él, bebía y juergueaba con él y a sus expensas para recibir de ese modo la investidura vital que el héroe prodiga. Se tiende hoy a imaginar al héroe popular como un astuto embaucador o como el depositario de la frustración colectiva: en esto como en todo, la Ilustración, fustigando la manipulación del mito por los poderosos, perdió de vista el profundo sentido liberador del mito. Los héroes populares no son el Fierabrás sojuzgador que se impone a la masa con el látigo ni el hechicero que mantiene al rebaño adormecido, aunque la perversión estatal de la comunidad produjo -produce- ambas cosas: el héroe es la posibilidad siempre abierta de que la espontaneidad creadora de la vida derrote a la necesidad de la muerte, el regenerador de una fuerza cuyo estancamiento la agosta y su difusor entre la comunidad que la exige para aumentar su capacidad de acción. El héroe no se opone a la multitud, porque en buena medida es un invento de ésta y porque su función se realiza precisamente en el momento de difundir la vida conquistada entre los otros: no separa a cada individuo de su fuerza -como la ley del Estado-, sino que la polariza para aumentársela. Apartado desde hace muchos siglos de su carácter sacro de ritual propiciador de la fecundidad, el toreo ha cumplido la función aparentemente profana pero hondamente religiosa de estimular la producción de héroes populares, de héroes que llevasen a buen fin la renovación mágica de la vida en una de sus expresiones dramáticas más antiguas: el enfrentamiento con la bestia que es símbolo y guardián del poder, que juntamente posibilita y defiende el acceso a la fuerza. El torero no sólo ha sido el chivo expiatorio del facinado terror a la muerte de la plebe ni el paladín sobre cuyos hombros se descargaba el combate al que cada cual de antemano renunciaba: ha sido el emblema de esa plenitud que da siempre mucho más de lo esperado, del camino de coraje, ligereza y temple que se abre ante el hombre para llevarle más allá de sí mismo. Y después, con esa misteriosa solidaridad que hace de cada héroe el sueño de muchos y de cada hombre para llevarle más allá de sí mismo. Y después, con esa misteriosa solidaridad que hace de cada héroe el sueño de muchos y de cada grupo de hombres la posible cuna de un héroe, repartido a borbotones lo imperecedero entre quienes tarde tras tarde, en el coso, se han arriesgado a guardar la esperanza.
 Hablo en pasado: ¡quién sabe, ay, lo que el torero puede ser todavía hoy, lo que le dejarán ser! Y llegamos a decirnos: ¿es que alguna vez ha sido otra cosa? Desde la comunidad disuelta, más y más imposible, todo entusiasmo público huele a consigna subrepticia y la imagen heroica a mixtificación o impotencia. Lo subterráneo manipula incluso -sobre todo- lo que promete demasiado firmemente acabar con toda manipulación. Revelado bajo sus sublimes disfraces por la ilustración implacable, el Capital veve ahora y defiende su necesidad apoyándose precisamente en su descubrimiento: allá donde algo sostiene no ser lo que él es, él mismo acude presuroso para certificar que allí tampoco hay más que mercancía. Y ciertamente es mercancía y miseria lo que se vende en el ruedo, pero también algo que es viva promesa de lo que desmiente la miseria y la mercancía. Ahora oscilamos con desgarro entre un desencanto que precisamente guarda la debida memoria de lo mejor frente a lo desvirtuado y un entusiasmo capaz de entregarse instantaáneamente a lo mejor, aparezca donde aparezca y aunque sólo sea por un instante. Pues no basta con refugiarse en el objetivismo que exige la visión rutilante o nada, sino que hay que estar alerta para no convertirse uno mismo en el mayor obstáculo a la visión. Más allá de toda complacencia con la ideología de la muerte, más allá de toda concesión a la farandulería melodramática, hay que desearel héroe y la vida, sin complicidades con la baratija ni con el derrotismo que todo lo tiene ya demasiado claro. En la plaza, como en todo lo demás, es bueno el dictamen de Nietzsche:<<Sólo el amor puede juzgar>>.


De La tarea del héroe, editorial Ariel, de Fernando Savater.

Dos maestros



Arte y Majestad


En un pueblo de Sevilla
Ha nasio Curro Romero,
Condicion noble y sencilla
De Camas es este torero.
Tiene arte y majestad,
Cuando abre su capote
Nadie lo puede igualar.

Ya la afición te persigue
Por donde quiera que vas,
Y siempre está contigo
Estés bien o estés mal.

Con verte un quite me sobra
De lo que tú sabes hacer,
Como el toro te embista
Ya tienes a la gente en pie.

Que el Gran Poder te proteja
Y te dé su bendicion,
Pa que sigas toreando
Para bien de la afición.

Curro Romero,
Tu eres la esencia
De los toreros.

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martes, 26 de julio de 2011

La locura no se padece, se elige

En contra de lo que sostienen la mayoría de profesionales en el ramo de la salud mental, yo opino que la enfermedad mental no se desencadena de forma mecanicista y determinista sino que entra dentro de la esfera de la libertad del enfermo. Pues sí, estimados lectores, creo que la locura no se padece, se elige. No me baso en ninguna teoría para sostener esto sino que proviene de mi propia experiencia, puede que esté provocada esta percepción precisamente porque no entra dentro del campo de lo objetivo sino de lo más íntimamente subjetivo y puede que por ello, muchos consideren que mi visión esté deformada por ello, es decir, que al enfermo porque lo ve desde dentro lo ve como una manifestación de su libertad cuando en realidad no lo es.
En todos mis brotes creo que tuve un momento, en el que podía elegir si deslizarme por la pendiente o evitarlo. Sí que pienso que una vez que decides deslizarte entonces se produce todo de forma mecánica y necesaria como sostienen los psicólogos y psiquiatras y ya no puedes salir de la dinámica de la patología. Y entonces pierdes la libertad, no sólo la de salir de la situación psicótica sino también todo tipo de libertad. 
¿Por qué uno apuesta por la locura en vez que por la cordura? Quizá porque uno no es lo suficientemente fuerte como para aguantar la realidad en la que vive, en ese sentido no hay mayor acto de sublevación contra el orden establecido que la locura, es lanzar un mentís a todo el campo de lo existente. Sino es el caso de todos los enfermos, creo que sí fue mi caso.
Yo no creo que la locura sea un estilo de vida, como afirma alguno de los nikosianos. Creo que la enfermedad mental existe y de una forma destructora, absolutamente devastadora. Para quien quiera ver esa cara invito a que se pase por la puerta del Centro de Día que le quede más cercano a su casa. Es un argumento más en contra del mito loco-genio o loco-interesante. Precisamente que en este último brote me hayan quedado secuelas ha sido un incentivo para mirar esa cara y temer que yo acabe como algunos de mis compañeros, totalmente recluido en mi propio mundo sin esperanzas de poder salir al universo exterior.
Pero como dijo Franco tras el atentado de Carrero Blanco, no hay mal que por bien no venga. También puedo decir que la locura me lo ha dado todo, no la locura en sí misma sino sus circunstancias. Sino me hubiera deslizado por esa pendiente quizá hubiera sido ingeniero, tendría un BMW, una casa con jardín y habría formado una familia con perrito. Y no me habría interesado por el mundo de la cultura. Es decir, habría sido un completo gilipollas. De momento me conformo con ser un gilipollas parcial.

lunes, 25 de julio de 2011

Qué es la filosofía según Fernando Savater (Segunda parte)

Inventar


 La filosofía debe dar cuenta de lo que lee y también darse cuenta de ese rendir cuentas, pero no se limita a la glosa crítica, la acotación o el escolio, sino que verdaderamente cuenta, narra. Creo que una de las aportaciones fundamentales de la intelectualidad moderna es el reconocimiento de que es posible una filosofía narrativa -la expresión es de Schelling- frente al pensamiento especulativo con ambiciones de sistema total. Filosofía narrativa: es decir, ue cuenta la verdad del texto (en el sentido perspectivista antes apuntado), pero también que cuenta de verdad su texto, es decir, que lo inventa. ¿En qué consiste eso de inventar? Por lo pronto, es lo contrario de reproducir, de repetir. El texto, la Idea, el mutuo sostén, no son el puro archivo de lo siempre idéntico, sino el lugar de posibilidad de lo radicalmente nuevo. Inventar el cuento de lo leído es contarlo desde el punto de vista del sujeto. Aquí se separan los caminos de la filosofía de los de la ciencia, pues ésta aspira a contar lo leído desde lo necesario, es decir, desde el objeto, objetivamente. El amigo de la sabiduría -según dice la irónica restricción clásica- no es el que proclama y coordina las leyes de lo necesario, es decir, lo que garantiza al objeto como auténtico objeto, sino el que cuenta las hazañas innovadoras de lo posible, esto es, lo que hace al sujeto verdadero sujeto. Al objeto todo le viene de fuera, todo se le vuelven determinaciones, todo le fija: el objeto está formado por sus mecanismos de estabilidad. El objeto debe permanecer siendo siempre idéntico a sí mismo; la objetividad es garantía de identidad, de que la cosa es lo que es y no otra cosa, de que la definición es válida. El objeto es una definición existente, si tal paradoja puede imaginarse sin demasiada inconsistencia. El sujeto, en cambio, es vocación permanente de autotransformación, modificación constante de lo dado, indefinición de lo una vez definido. La primordial tarea del sujeto es hacerse distinto de sí mismo o, para decirlo con la expresión hegeliana, "no ser lo que es y ser lo que no es". Esto no significa que el sujeto sea lo puramente indeterminado, lo plenamente inestable, sino que es más bien lo que tiende permanentemente a indeterminarse, a no dejarse agotar por ningún juego de determinaciones, a desestabilizar su propio establecimiento: y también a autoinstaurarse, a redefinirse de nuevo, a inventarse una y otra vez. Los objetos son el correlato de la ley de lo necesario, mientras que los sujetos son la exigencia permanente de lo posible.
 Contar lo leído desde el sujeto, inventar la narración para mantener abierta la posibilidad innovadora, esto es lo peculiar de la filosofía en tanto que creación. También se trata de construir, evidentemente, de ordenar, de articular el juego de las ideas en torno a nuevos núcleos de fuerza o de impulsar potencialidades teóricas que los intereses de otros sujetos habían descuidado. Lo peculiar de la invención filosófica es precisamente no conformarse con esa abstracta y desligada desnudez de las cosas que el lenguaje común llama "lo concreto", sino buscar la verdadera concreción, esto es, la relación de cada fragmento con la totalidad posible del discurso: el filósofo aspira a agotar la contradicción de la cosa, a hacer estallar completamente lo que encierra su aporía. Esa pretensión totalizadora tropieza constantetemente con el mentís que la objetualidad idéntica y repetitiva de lo necesario opone a la subjetividad, autotransformadora e indeterminada; el compromiso nunca logra anudarse a plena satisfacción de ambas partes, ni cuando el sujeto se define y determina por mor de lo necesario, objetivándose con docilidad desconsolada, ni cuando instituye su objeto de manera tan fluida y semoviente que lo convierte en pura prolongación de su propia inquietud. Por ello, el centro de lectura y de invención de la filosofía se desplaza constantemente, buscando nuevos niveles textuales des los que enfocar globalmente el material simbólico del que ha de dar cuenta. La clausura de esta posibilidad de desplazamiento, que es un avatar más del aniquilador discurso de la Verdad Única, supone una recaída en la ingenuidad prefilosófica, incluso cuando adquiere una forma tan grandiosa; sutil y reforzada como en el sistema hegeliano. Es tarea del filósofo recordar en todo momento que ningún texto ni ninguna acumulación o colección de textos, ningún ordenamiento ni trabazón de datos, puede concluir lo posible ni puede tampoco determinar en una única dirección y de una vez por todas -tal como propone el mito del progreso- el sentido de la posibilidad. Y esto nos lleva directamente al problema de la legitimación del discurso filosófico. Si no hay esa Verdad Única que el sistema instaura con sospechoso apresuramiento, si la invención de lo posible permanece abierta sin cesar, ¿cómo legitimar una opción de lectura frente a las otras? ¿Cómo saber a qué carta quedarse y cómo justificar esa elección? Porque del hecho de que la posibilidad de lo nuevo funcione realmente como motor de la lectura filosófica creadora, no se sigue que cualquier invención sea igualmente válida o que todo venga a dar más o menos lo mismo. Lo cierto sería más bien lo contrario: no sólo no da todo lo mismo, sino que nuestro propio interés por unas determinadas invenciones y nuestra indiferencia o desprecio por otras es el fundamento de legitimación al que en último término nos vemos abocados. Un discurso es verdadero cuando yo lo quiero como tal, cuando es verdad para mí. 
Aquí se echará de menos inmediatamente la objetividad, otro nombre de esa Verdad Única ante la que los diferentes particulares tienen que doblegarse. Es curioso: nunca falta alguien para llorar por la objetividad perdida y el zaherido criterio de verdad determinado intersubjetivamente -¡vamos al caos!-, pero, en cambio, nadie suele reclamar el interés personal que en el mundo de la objetividad desaparece. Porque es precisamente en el ámbito de lo objetivo donde todo nos da igual, tanto lo verdadero como lo falso o lo erróneo: ¿qué nos va ya en todo eso? Kierkegaard, sin embargo, era uno de esos pocos que echan de menos el interés peculiar y subjetivo cuando éste desaparece ante el peso de la identidad sintética: "Los hombres se han hecho demasiado objetivos para obtener la bienaventuranza eterna, pues la bienaventuranza eterna consiste justamente en un interés personal infinitamente apasionado. Y se renuncia a esto con el fin de ser objetivo. La objetividad despoja el alma de su pasión y de su interés personalmente infinito". La recuperación del interés infinitamente personal y apasionado es precisamente el objetivo de la filosofía narrativa y también su baremo de legitimación; a esto se refería Nietzsche cuando dijo que <<el criterio de la verdad está en el aumento del sentimiento de fuerza>>. Todo esto es profundamente antiplatónico, como pueden ustedes ver, y también anticonceptual y anticientífico. Y, sin embargo, me parece la única manera de no clausurar la libre innovación de lo posible. Porque la presencia de la posibilidad no puede garantizarse por medio de ningún sistema ni deducirse de determinadas premisas ni establecerse de modo objetivo alguno: sólo puede ejemplificarse en la invención narrativa,que aporta el testimonio de una experiencia de lectura radical e irreductiblemente nueva; el relato de esta experiencia debe dar lugar a nuevas formas, configuraciones distintas de lo simbólico, un estilo intransferible. Y, desde fuera, nada ha de venir a disculparnos del riesgo de tener que comprometer nuestro interés infinitamente apasionado como fundamento a nuestras verdades, de las verdades que hemos inventado a partir de lo leído.


Olvidar

 Entre la lectura y la invención es necesario franquear el puente del olvido. Quien no puede olvidar que, de un modo u otro, ha leído lo que cuenta, se asfixia en la repetición puntillosa o se esteriliza en el academicismo. El peso de todo lo que recibe ya pensado, establecido, razonado, refutado, explicado... le abruma con la fascinación de sus inagotables espejos. El bosque de las Ideas y las Formas acuñadas en el pasado no le deja ver los nuevos brotes que su subjetividad y su interés apasionado pugna por hacer crecer. Ante el agobiado por la memoria minuciosa de lo leído se abren dos caminos, ambos mutiladores de la auténtica fuerza que quiere desarrollar lo posible: por un lado, la reiteración maniática de lo ya dicho, su recensión neuróticamente fiel (como si la fidelidad misma no fuese una obsesión inalcanzable porque es en último término incomprensible: ¿fiel a qué? y ¿fiel a quién?), la exactitud en la repetición como criterio de verdad, el mundo ya acabado, clausurado ad initio, en el que ya no cabe sino la exégesis inacabable de las palabras enigmáticas y definitivas del Maestro; la segunda opción es la comezón devoradora de la originalidad, el sueño devastador de la tabula rasa, la ruptura de todos los lazos y la denuncia triunfal de cualquier filiación con lo anterior, el acuñamiento febril de nuevas terminologías, de jergas cuyo único secreto es la aspiración misma al secreto... En el primer caso, todo debe ser reducido a las fórmulas canónicas o declarado falso, según el bárbaro dilema que llevó al Califa a incendiar la biblioteca de Alejandría; en el segundo, es preciso maquillar cada idea y cada razonamiento para que no revele sus inevitables arrugas y se mantenga la ilusión de la perfecta juventud. Ambos casos son variantes de una misma reverencia al mito del origen, del cual no hay que salir ni avanzar -para no perderlo- o que hay que reimplantar por decreto cada mañana. Y también ambas posturas suponen una misma concepción de la cultura como deuda infinita que nada puede satisfacer y que , por tanto, exige sacrificar toda la vida en pago o negarla de plano, pero sin dejar de oponerse cotidianamente a su implacable demanda. Lo leído se convierte así en una maldición esterilizadora y en un obstáculo a la invención, en lugar de brindar el elemento adecuado para que el juego de la intimidad y su expresión simbólica, cuyo objetivo final es el reconocimiento de lo humano como creación libre, se efectúe de la manera más jugosa y gratificante.
Olvidar el origen ajeno de lo leído es saber que la deuda ya ha sido saldad: estamos en paz con la cultura, al manejarla, prolongarla y reinventarla. Nuestra visión es irrepetible, pero la imagen caleidoscópica que propugnamos recoge en una combinación insólita fragmentos de muy viejos cristales, quizá mucho más antiguos que los nombres que firman la versión que de ellos ha llegado hasta nosotros. Una buena forma de olvido es el arte de la cita, por medio del cual la rememoración se convierte en reinvención desde la perfecta inocencia del apropiamiento despreocupado. Elegir es recrear, como bien supo Pierre Ménard, que olvidó a Cervantes y reescribió el quiijote sin que le temblara el pulso. Es precisamente nuestra identificación apasionada con lo leído lo que permite olvidar que nos viene de otro y nos hace negar que nadie tenga mejor derecho a ello que nosotros mismos. Nuestras preferencias son más verdaderamente nuestras ue la mayoría de composiciones que producimos y, como dijo Borges, <<deberíamos estar más orgullosos de las páginas que hemos leído que de las que hemos escrito>>.  Añado a este lúcido dictamen que la pasión por aquéllas expresa quizá mejor nuestra originalidad que la fábrica algo mecánica de éstas. En cualquier caso, la perfecta asimilación de lo leído merced al olvido de la deuda cultural nos permite llevar a bien toda suerte de vigorizadoras trampas que constituyen el meollo de la invención filosófica, y por medio de las cuales se avecinan piezas de textos nacidos en suelos teóricos muy diferentes y se posibilitan injertos afortunados. Por medio de ese arte combinatoria, que sólo una lectura transversal como la de la filosofía puede permitirse, se revelan los parentescos sutiles de las ideas, las afinidades efectivas de los razonamientos y los enfoques, los contrastes violentamente polémicos entre doctrinas que se ignoran o creen repetir fundamentalmente el mismo mensaje. A veces, la hipótesis especulativa de un corlario en apriencia insignificante puede revelar todo lo monstruoso o lo contradictorio de un gran edificio conceptual; una observación oscura cuya perplejidad asoma a pie de página da lugar al ambicioso imperialismo de un nuevo sistema, mientras algún descuido teórico de un gran pensador suele tener más discípulos y crear más escuelas que sus mejores aciertos. La invención filosófica tiene algo de rompecabezas, pero el resultado de tal rompecabezas no es reproducir un cuadro previamente propuesto, sino la invención de la auténtica novedad, a partir de lo sabido y de la identificación apasionada con lo leído que no recuerda el peso castrador de la deuda cultural. En último término, el olvido es ese punto ciego que permite ver, esa condición indecible de lo que posibilita nuestro decir, ese vínculo impensable por el que nuestro pensamiento se liga a la espontaneidad opaca de la voluntad, cuya representación infinitamente variada es el pensamiento mismo. Allí desaparecen los individuos como entidades histórico-sociales determinadas y nace la colectividad misteriosa de las fuerzas que que se niegan a decir su nombre y se enmascaran tras la abreviatura insuficiente del nuestro. Lo que brota del olvido ha sufrido una transfiguración regeneradora, nace de nuevo, nace nuevo: las aguas del Leto garantizan la perpetua novedad del alma, su liberación de las determinaciones que el pasado quiere imponersele y también del agobio de heredar viejos proyectos que no hacen sino hipotecar el futuro, alejándolo. Por expresarlo con las inmejorables palabras de Nietzsche: <<Tal es el beneficio de la activa capacidad de olvido, una guardiana de la puerta, por así decirlo, una mantenedora del orden anímico, de la tranquilidad, de la etiqueta; con lo cual resulta visible enseguida que sin capacidad de olvido no puede haber ninguna felicidad, ninguna jovialidad, ninguna esperanza, ningún orgullo, ningún presente>>.

De La tarea del héroe, editorial Ariel, de Fernando Savater.