sábado, 22 de octubre de 2011

Un artículo de Javier Marías (es que yo soy Madridista).

Corazones tan blancos
El País, 1994 [Recogido en el libro Salvajes y sentimentales. Letras de fútbol Aguilar, 2000]
Nuestro corazón tan blanco ha conocido cosas peores en estos últimos años y aun así ha sobrevivido. Acostumbrados a ganar, hemos descubierto que perder no nos mataba, lo que tiene su misterio. Nunca pudimos suponer que entregaríamos en el partido final dos Ligas seguidas a nuestros rivales. Y en Tenerife. Tampoco que volveríamos a encajar un 5-0. Y sin Cruyff en el terreno de juego (estaba en la banda, dirigiendo). O que el destinado a ser nuevo Di Stéfano resultaría un chupón inseguro, un correcaminos croata, horizontal y frágil. Más grave que todo esto fue escuchar a un entrenador que tras perder campeonatos y eliminatorias decía con expresión pánfila: "Esto no tiene por qué afectarnos", mientras nuestro corazón se iba haciendo cada vez más negro y alguna zona se necrosaba: un hombre no ya sin sentido del espectáculo, sino sin algo mucho más importante en el fútbol: sentido del dramatismo. La primera lección de todo jugador y de todo entrenador debería ser esta: "En este juego, si no hay drama no hay nada". Si perder o ganar un partido no se vive como un asunto crucial y con argumento o historia, con desenlace o catástrofe, que afecta al pasado, al presente y al futuro, a la dignidad y a la decencia y por supuesto a la cara con que se levanta uno al día siguiente, entonces dejémoslo estar y miremos por televisión a los equipos de los otros con ecuanimidad y tibieza (pronto desertaríamos de programa tan insulso). El fútbol es el circo de nuestros días, pero también el teatro. Ha de ser emoción, temor y temblor, desolación o euforia. Nada de esto hemos tenido los madridistas en los últimos tiempos, ni siquiera desolación, porque según los responsables nada "tenía por qué afectarnos", qué herejía.
Ahora se añade una minúscula humillación: en las votaciones de los técnicos sobre el campeonato que acaba, el Madrid no figura en el palmarés de los mejores por ningún sitio. El Barcelona, a falta de sus encuentros decisivos que aún pueden dejarlo en subcampeón de todo, se lleva los elogios, quizá con merecimiento. Si Alfonso no se hubiera lesionado… No importan, no busquemos excusas: ¿acaso nuestros Zamorano y Dubovsky pueden competir hoy con Romario y Laudrup -será nuestro-, incluso con Latorre y Mijatovic? ¿El voluntarioso Hierro con el sagaz Guardiola o el voraz Guerrero? ¿El nada divino Morales con el titánico Sergi? Y qué decir de los entrenadores, ¿cómo puede compararse la sosería artera de Floro con la cándida vehemencia del deportivista Arsenio? El fútbol es una convención, como todo lo que se contempla. Pero además de riesgo y de cuanto ya he enumerado, esa convención exige ingenuidad, o lo que es lo mismo, creer que todo es posible, el desastre y la hazaña, el vuelco, la sorpresa infinita, y que el desastre es desastre y la hazaña hazaña cuando se dan, que el mundo se acaba en otro partido, aunque sepamos que hay otro al cabo de siete días. El Madrid hace tiempo que no es un equipo ingenuo, y por ello no merece ser destacado.
Pero nuestros corazones no serían tan blancos si no mantuviéramos un rasgo de chulería ("Madrid es saber meterse las manos en los bolsillos mejor que nadie", decía el colchonero García Hortelano parafraseando, creo, a Ramón Gómez de la Serna, buen gato). Y al fin y al cabo, ¿quiénes son esos técnicos para que su votación tenga importancia? Se trata de un grupo en el que todos menos cuatro o cinco fracasan al final de la temporada, todos menos el campeón de Liga, el de Copa, algún uefo inesperado y los dos que se salvan pese a tenerlo todo en contra. Así que vamos a ver, ¿quiénes son esa pandilla de fracasados para decirnos a nosotros nada? (No hace falta decir que en cuanto termine el artículo me meteré las manos en los bolsillos como bien sé hacerlo.)

Extraído de
http://www.javiermarias.es/PAGINASDEARTICULOS/pagdearticulospais.html

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