A las 9:15 de la mañana, los educadores decidieron darnos media hora de descanso para almorzar. Así que cada usuario se fue a su establecimiento habitual a tomarse su refresco, su zumo, su café, su cerveza (sin alcohol, por supuesto, somos buenos chicos). Después del refrigerio, en la calle Santari, subimos al autobús para dirigirnos a la plaza Gal·la Placidia, donde está la estación de los Ferrocarriles Catalanes conocida por Gracia. En el interior, estuvo a punto de mascarse la tragedia, ya que falto poco de que me montara en un tren que me habría llevado a Reina Elisenda. Tras llegar a nuestro verdadero destino, subimos una suave pendiente a cuyos ambos lados se extendía un bosque no muy frondoso y al cabo de cinco minutos llegamos al pantano, donde estaba el merendero donde comeríamos. El día era soleado, lumínoso, tampoco hacía excesivo calor, prometía que iba a ser una espléndida jornada y que todo saldría sobre ruedas. Tal como sucedió.
Antes de comer, para hacer hambre, Oscar propuso hacer una caminata. Un grupo numeroso de usuarios decidió emprender la marcha. La primera parte del camino discurrió por empinadas pendientes envueltos por un paisaje amazónico. Tras culminar la dura ascensión, el resto del camino transcurrió en llano ofreciéndonos una bella panorámica del pantano y de la vegetación circundante. Cuando llegó el momento de bajar, Óscar, que guiaba el grupo, descendió por un camino equivocado que tuvimos que subir en balde. Quizá fue a modo de entrenamiento de usuarios para poder enfrentarnos a un Ironman, como el que realizó él unos pocos días antes.
Al llegar al merendero poco tiempo tuvo que pasar para que llegaran las viandas. Butifarra, Alioli, Pollo y Patatas Fritas. De postre, Helado. Entre plato y plato me enteré que la dueña del merendero era de un pueblo cercano al de mi madre, en Galicia. Tras la comida un grupo más reducido de usuarios caminamos con Óscar, en un paseo mucho más corto, hasta un mirado que había sobre el pantano. Poco tiempo después, los educadores dieron la orden de salida y regresamos a casa. Sanos y salvos.
Recordé los tiempos en que, de niño, iba a los merenderos de Vallvidrera. Casi siempre el once de Septiembre, lo celebrábamos con una parrillada en Las Planas que estaba a rebosar de gente. Esta vez, con Tres Turons, no había absolutamente nadie, excepto nosotros. El contraste es lógico y explicable, pero no sé por qué me pareció curioso.
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