viernes, 24 de junio de 2011

Vida de perro

(Sin Vergüenza)

En el Génesis encontramos la narración de la aparición de la vergüenza. Al principio, se nos dice, el hombre y la mujer estaban desnudos, pero no sentían vergüenza. La vergüenza aún no había sido creada. El primer hombre y la primera mujer comen el fruto prohibido desobedeciendo las órdenes de dios y entonces se les abren los ojos y descubren que están desnudos. Sienten miedo y se esconden tras unos matorrales. Ha nacido la vergüenza.
 Un sinvergüenza, según el diccionario de la Real Academia Española, es un pícaro, un bribón; una persona que comete actos ilegales en provecho propio y que incurre en inmoralidades. En cambio, paradójicamente, las mismas fuentes definen a alguien que no tiene vergüenza como una persona que no tiene pundonor o estimación de la propia honra.
  Las dos palabras miran en direcciones distintas. La primera define una acción vejatoria o humillante que podemos hacer a nuestros semejantes; mientras que la segunda gira los ojos hacia uno mismo e intenta caracterizar aquel comportamiento imprevisible y ultrajante que atenta contra nuestro honor. La acción de Adán y Eva se puede entender en el segundo contexto lingüístico, mientras que el cinismo se ha de situar, y sobre todo se tiene que explicar, atendiendo más al primero.
 Un desvergonzado, bribonzuelo y burlón, me pareció, sin duda, Diógenes, en uno de mis primeros encuentros juveniles con la tradición filosófica, cuando leí una de las anécdotas que han forjado su controvertida reputación: se encontraba el sabio echado gozando del sol de Corinto delante del tonel donde vivía, cuando llegó Alejandro Magno y le dijo con aire de genio de lámpara maravillosa: "Pídeme lo que quieras, que te lo daré..."; a lo cual, el cínico respondió: "Apártate, que me tapas el sol". Tamaña insolencia, desfachatez, procacidad, dejó una huella, por lo que se ve perenne, en mi consciencia juvenil. Los allí presentes no reaccionaron de la misma forma y recriminaron a Diógenes su desdén. A lo cual él replicó: "En realidad me parece desdichado quien tenga que almorzar o cenar a la hora que quiera Alejandro". La libertad del cínico no tiene precio, ni amo.
 Reconoce José Luis de Juan en su Incitación a la vergüenza que ésta, salvo que alcance niveles extremosos, es siempre una virtud. Pero poco después escirbe: "Por su conexión con el árbol del conocimiento, la vergüenza original tiene mucho que ver con la necesidad de ignorar la verdad y angustiarse por ello". Pascal la define como la sombra de las almas bellas. Durkheim resaltó su importancia como emoción social. No es de la misma opinión Freud, ese gran cínico moderno, que por el contrario entiende la vergüenza como una de las causas del sufrimiento humano. Y es que, para el padre del psicoanálisis, la vergüenza es una de las emociones primordiales de la cultura y ésta implica habitualmente una mordaza flagrante del bienestar primordial que anhelamos todos los humanos.
 Los perros no tienen vergüenza; para Diógenes, los verdaderos filósofos tampoco. Antístenes, quien se considera el padre fundador de la escuela cínica, fue llamado "el verdadero can". La etimología de la palabra que bautiza la corriente de pensamiento confirma esta misma  sospecha: cynós significa "perro" en griego. 
El cinismo es una filosofía teórica y una práctica, pero también es una forma de vida, aunque esta característica se empezó a perder enseguida; es una forma de pensamiento que pretende
alcanzar la felicidad mediante la sabiduría. Los cínicos tomaron como modelos a la naturaleza y los animales, los adoptaron como ejemplos de autosuficiencia y, basándose en ello, propusieron un modelo de comportamiento ético que consideraban fundamental para alcanzar la felicidad. Proponen la necesidad de la autoafirmación individual frente a una sociedad alienante y coaccionadora.
A semejanza de los perros, los cínicos comían en la plaza pública, porque se negaban a dar importancia a las comidas como sus coetáneos. Ningún ritual social les parecía que tuviera un fundamento, ni los más elementales, derivados de la alimentación. También se comportaba como un perro Diógenes cuando satisfacía sus necesidades sexuales con la misma espontaneidad y en el mismo lugar que comía. En la plaza pública, cuando no encontraba pareja, también procedía a masturbarse delante de los atónitos paseantes. Como un perro también vivía, en un barril cochambroso. Y como un perro excretaba: Diógenes de cuclillas procede a evacuar delante de la muchedumbre antes de retomar la palabra. El cínico es un desvergonzado (anaideia). Aceptaban el apodo de perros porque lo tomaban precisamente como el símbolo de su falta de vergüenza. Y como parte de esta desvergüenza asumían el desprecio por las convenciones.
Pero no sólo el perro es un maestro para los cínicos, también lo son los peces, los ratones, un cochinillo, un arenque, los caballos, bueyes, tortugas, comadrejas y demás. El zoológico cínico parece extenderse inmoderadamente a toda clase de especies y puede confundirse con el arca de Noé. El pez le proporciona el ejemplo paradigmático de cómo comportarse ante los deseos: "En este sentido -decía Diógenes-, los peces demuestran tener casi más inteligencia que los hombres: cuando sienten la necesidad de eyacular, salen de su retiro y se frotan contra alguna superficie áspera. Me sorprende que los hombres no quieran gastar dinero en hacerse frotar los pies, las manos o alguna otra parte de su cuerpo -ni los más ricos querrían desembolsar ni un solo dracma con este fin-, pero en cuanto a ese miembro en partícular, hay quienes gastan más de un talento e incluso hay quienes han llegado a arriesgar la vida". El sabio no permite que el deseo controle su vida; antes bien, lo exterioriza en forma de placer siempre que puede y en un período breve de tiempo, para que no pueda perturbar su sosiego.
Teofrasto hace un retrato nada benevolente de un cínico: es un hombre que maldice y tiene una reputación deplorable; cuando puede hacerlo, estafa y golpea a quienes descubren el engaño antes de que puedan denunciarlo; es ladrón, encargado del burdel o lo que sea, ninguna actividad le repugna;  no tiene vergüenza tampoco de que su madre se muera de hambre...
Los cínicos vestían un palio que, doblado, se prestaba a todos los usos. El palio era la prenda principal, exterior, del traje griego que, a manera de manto, se usaba común mente sobre la capa. Despreciaban la moda de su época, tanto o más que fustigaban las costumbres sociales: no tomaban en cuenta las normas de higiene más elementales y cualquier accesorio de la belleza. El palio del cínico, apostilla Onfray, es el enblema de su desprendimiento: a la vez casa y vestido, procura el único resguardo que protege al sabio.
Los cínicos usaban barba precisamente para afirmar su proximidad con las bestias. Como complementos, sólo usaban el zurrón y el báculo ya que andaban descalzos todo el año. Solían llevar en la alforja una pequeña colodra o tazón con la que recogían agua de las fuentes pero un día, al ver que un joven bebía en el hueco de la mano, Diógenes tiró el tazón al arroyo preguntándose cómo había podido cargar durante tanto tiempo un objeto tan molesto y superfluo.
El cínico adopta un estilo de vida que representa su independencia y proclama la necesidad de autosuficiencia para conseguirla. Pero para lograr esta autosuficiencia es preciso vivir de una manera sencilla, con deseos ue puedan ser satisfechos fácilmente y con las únicas pertenencias que uno pudiera "salvar en caso de naufragio". Los cínicos concedían un gran valor a la austeridad y a la frugalidad y en esto se asemejaban a los estoicos.
El cinismo es una forma de vivir, pero también de pensar y de expresarse, y como no se han conservado las obras de los primeros cínicos, hoy son conocidos en gran parte por dichos y anécdotas. Mientras los filósofos clásicos se dedicaban con devoción al parloteo, el culto de las palabras, el diálogo o la argumentación, los cínicos prefieren la acción: "es propio del ignorante hablar mucho y, para quien así obra, no saber poner freno a su parloteo". El cinismo es antes una escuela de vida que una filosofía, entendida en su acepción lujosa.
Las acciones más radicales son las atribuidas a Diógenes, tales como masturbarse o defecar en público, mear encima de alguien, escupir a la gente o hablar en favor del incesto o el canibalismo. Todos estos hechos son actos deliberados de protesta contra las costumbres sociales y morales. Una vez le preguntaron a Diógenes cuáles eran los animales más feroces y él respondió: "en las montañas, los osos y los leones; en las ciudades, los funcionarios del fisco y los sicofantas".
Según la tradición, Diógenes se vio obligado a abonar Sinope, porque su padre o él mismo (o ambos), se dedicaron a invalidar monedas, estropeándolas con un punzón. A raíz de todo esto su padre fue encarcelado y Diógenes tuvo que huir, o fue exiliado, no se sabe con certeza. Relacionado con este asunto nació la leyenda de que Diógenes fue a consultar el oráculo de Delfos, y recibió como respuesta a su pregunta el enigmático consejo de invalidar la moneda, que acabó convirtiéndose en la consigna cínica, y en metáfora de buena parte de un tipo de cultivo del pensamiento: "filosofía barata".
La riqueza del filósofo reside en el dominio y el poder ue tiene sobre sí mismo. Diógenes mendiga sin vergüenza porque desprecia el dinero: "el amor al dinero es la metrópolis de todos los males". En la economía cínica la pobreza es una virtud imprescindible. El pobre real es quien desea más de lo que tiene. Antístenes vende sus bienes y reparte las ganancias entre sus amigos. Crates hizo lo mismo depués de haber asistido a una representación teatral. Mucho tiempo después, Wittgenstein seguiría la misma senda de austeridad y autosuficiencia.
La libertad radical es la libertad de pensamiento, de acción y de palabra. El cínico se diferenciaba de los demás por su desvergüenza radical, por adoptar modos de vida que escandalizaban a su sociedad, por predicar la autosuficiencia, la libertad de palabra y la austeridad como cosas necesarias para alcanzar la tranquilidad de ánimo y con ello la felicidad. Se proclamaban cosmopolitas y liberados de cualquier obediencia a las instituciones, convenciones o leyes, ya que éstas son siempre locales, y ellos se consideraban ciudadanos del mundo. En cualquier sitio se encontraban en su casa.
Su práctica de la filosofía se asemeja a una medicina del alma. El filósofo como médico de la civilización es una metáfora que seducirá tanto a Schopenhauer como a Nietzsche o Epicuro. Diógenes es uno de los primeros médicos generales, afirma Onfray, en tanto que Sócrates se reivindica sólo como un experto en ginecología y alumbramientos, de donde se desprende que la mayéutica fuera definida como el arte de alumbrar los espíritus.
Antístenes fue uno de los filósofos más relevantes de su época: discípulo directo de Sócrates, tuvo a su vez una influencia decisiva en algunas de las escuelas que se formaron en este período, tanto por sus teorías, como por su actitud y forma de vida. Un buen día Antístenes decidió prescindir de todo lo superfluo y fundar su propia escuela. Lo hizo en un gimnasio en las afueras de Atenas llamado cinosarges, que quiere decir el "perro blanco" (perro raudo o veloz, según otras versiones), dando lugar a la duda de si esta circunstancia deriva el nombre de la escuela cínica. El cambio es tan radical que se manifiesta también externamente: viste ahora un manto, un zurrón y un bastón, indumentaria que se convierte en el uniforme del cínico.
 La figura de uno de sus máximos seguidores, Diógenes, enseguida pasó a ser una leyenda de provocación y la imagen del sabio por excelencia.
 En Atenas mostró un carácter apasionado, llegando Platón a decir de él que era un Sócrates que se había vuelto loco. Pone en práctica de una manera radical las lecciones de Antístenes. Habla libremente, su dedicación es críticar y denunciar todo aquello que limita al hombre, en particular las instituciones.
 Su muerte, como no podía ser de otra manera, también es motivo de anécdotas. Según algunos, murió por su propia voluntad, suicidándose mediante la contención del aliento, dueño de su destino y del momento de su muerte. Según otros, murió a causa de las mordeduras de un perro, esta vez de los de cuatro patas, o de una indigestión por comer pulpo crudo.
Vivir y morir como un perro, fue, paradójicamente, la única manera que encontró Diógenes de no llevar un vida perra.


Este post está extraído de un capítulo del libro "Good bye, Platón" de Josep Muñoz Redón.

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